“La filosofía nos prepara para estar en el mundo de una forma activa, indagadora y responsable.”
Lugar de Leer (LdL): Asombrarse y preguntarse (Wonder) y reflexionar (Ponder) en casa y en la escuela, en cualquier lugar y siempre. Me gusta pensar que toda conversación comienza a partir de una pregunta, explícita o no; la conversación se inicia a partir de una invitación a la interlocución. Así, partimos de algunas preguntas iniciales, explorando un poco el terreno. ¿Qué es una pregunta filosófica?
Ellen Duthie (ED): Esta pregunta es una de esas preguntas con la que no es fácil saber qué hacer. La podemos responder como si fuera fácil, en unas líneas.
Para ello, podemos optar por un enfoque temático: las preguntas filosóficas son preguntas sobre el mundo en el que vivimos y sobre nuestro lugar en el mundo en el que vivimos, que tratan a menudo sobre el sentido, la verdad, el valor, el conocimiento y la realidad.
O podemos hablar sobre el tipo de respuesta que exigen: una pregunta filosófica es una pregunta cuya naturaleza conduce a explorar todas las posibles respuestas en lugar de buscar la respuesta correcta, entre otras cosas porque entendemos que para responderlas no podemos recurrir a un experto para que nos la resuelva y darlas por zanjadas. Son preguntas cuyas respuestas estarían abiertas siempre al desacuerdo razonado.
Pero me aventuro a decir que ninguna de las dos respuestas, ni siquiera las dos juntas, te dejarán, como preguntadora de la pregunta ¿Qué es una pregunta filosófica?, completamente satisfecha.
El caso es que muchas preguntas con aspecto filosófico no son en absoluto filosóficas y, al contrario, muchas preguntas con aspecto absolutamente inocente resultan ser netamente filosóficas. Más que hablar de preguntas filosóficas y no filosóficas, a veces es interesante hablar de preguntas realizadas con actitud o mirada filosófica, que nacen de un interés por la exploración filosófica.
Te contaré un juego que suelo hacer con niños y adultos. Preparo un bote lleno de papeles. En cada papel hay escrita una pregunta. Entre las preguntas hay algunas científicas, otras filosóficas y otras que no son más que tonterías, pero nos sirven para reírnos. Al sacar una pregunta del bote y tras leerla en voz alta, debemos decidir si es “filosofía, ciencia o tontería” y colocarla en el montoncito correspondiente. Es útil para ir desarrollando un sentido de lo que es una pregunta filosófica y de lo que no lo es tanto. Una pregunta filosófica puede ser más fácil de reconocer que de definir.
LdL: ¿Por qué y para qué hablar de filosofía con los niños?
ED: Desde las más tempranas edades, los seres humanos preguntamos y reflexionamos sobre el mundo y si se nos permite (si no se nos corta, si no se nos dice que ahora no es el momento, si se nos tiene en cuenta como interlocutores) a menudo lo hacemos de forma persistente y profunda. Muchas de las preguntas y preocupaciones de las personas pequeñas tienen un componente filosófico. Reconocer sus preguntas individuales como preguntas que compartimos todos los seres humanos, que necesitamos explorar juntos, es importante como parte de un reconocimiento de nuestra humanidad común y de su condición de interlocutores válidos. Uno de los lugares naturales desde el que efectuar este reconocimiento es la filosofía (entendida como actividad).
Ese sería uno de los porqués. En cuanto al para qué, habría varios, pero uno es la necesidad de establecer espacios y tiempos para pararse a mirar y pararse a pensar (para niños ¡y para adultos!). La filosofía invita a preguntarse sobre el mundo y sobre uno mismo con actitud exigente, a hacerse preguntas con rigor, desde un punto de vista y desde el contrario, pensar en respuestas y ver si se sostienen, habituarse a exigir coherencia en los argumentos de los demás y en los nuestros propios. En definitiva, la filosofía “entrena” para estar en el mundo de una forma activa, observadora, indagadora y responsable. Filosofía para niños para esto, por ejemplo, que no es poco.
LdL: ¿Por qué filosofía visual?
ED: Nos interesaba crear un estímulo que fuera rápido y también, en el momento en el que surgió, trabajando con niños de 4 años, que fuera apto para prelectores. De ahí lo visual. Nos interesaba que fuera lo más inmediato posible, en el sentido literal de “no mediado”, porque nos interesaba intervenir menos en el proceso de cuestionamiento y de juicio y reflexión inicial por parte de los lectores. Es interesante lo que ocurre cuando se permite que todo se construya en la mente del lector en lugar de ofrecérsele mediante palabras de las autoras. Es diferente cuando el lector debe construir y poner en palabras lo que le hace pensar una imagen que cuando debe reaccionar ante las palabras de un autor.
LdL: ¿Cómo podemos problematizar pensamientos mecánicos y pasar a entender las cosas que son, cómo son y por qué son?
ED: Uno de los modos es aprender y habituarse a preguntar, convertirnos en preguntadores expertos. Así, cuando nos topamos con una pregunta realizada desde un ángulo, queremos ver de inmediato el aspecto de esa pregunta desde otro ángulo. Querremos exigirnos a nosotros mismos y exigir a los demás ir más allá de lo mecánico y rascar. Los pensamientos mecánicos son rápidos en aparecer, pero son muy fáciles de desestabilizar con poco que se rasque. Simplemente sentarse a examinar nuestros pensamientos mecánicos y analizar en qué medida están fundamentados y en qué medida no, es decir, hacer explícito el ejercicio de problematización, enseguida abre el camino para desestabilizar o incluso derrumbar mecanicismos y empezar de nuevo. Con buenas preguntas, no hay lugar para los pensamientos mecánicos. Si todo lo que salen son pensamientos mecánicos es que están fallando las preguntas.
LdL: Al leer las preguntas, en un primer momento, hay una sensación de que no hay salida: siento como si todo se pusiera en juego -las acciones o situaciones más cotidianas- y se dijese “pues sí, hace falta pensar en eso también". Y hace que empecemos a mirar las cosas con otros ojos. El juego propicia el pensamiento filosófico, hace que cuestionemos nuestras convicciones, creencias, el sentido común, lo aceptado y lo construido. Hace que cambiemos de lugar, que nos coloquemos en otros roles, que pensemos como otro, en el lugar del otro, a partir de lo que el otro ve. Además, nos obliga a salir del marasmo de la aceptación y hace que queramos y necesitemos entender: la filosofía es una búsqueda, una investigación por el origen y sentido de las cosas. ¿De dónde viene todo lo que pienso, siento, soy ...? Y esa aproximación al mundo y a nosotros mismos nos permite una mirada genuina, y posiblemente más generosa, al mundo y a cada una de las cosas. ¿Podrías contar un poco de tu trayectoria, de cómo llegaste a escribir y filosofar con niños?
ED: Para contarlo, tengo que empezar por la literatura. Mi interés por la literatura infantil no ha cesado nunca. Es decir, en ningún momento de mi infancia decidí que ya era mayor para la literatura infantil. Cuando empecé a leer libros para adultos (que empecé pronto, en torno a los once años), lo seguí combinando siempre con relecturas de libros infantiles y lecturas de libros infantiles nuevos -y así hasta hoy. En un momento determinado, también durante la universidad, empecé a escribir literatura infantil (novela, poesía, cuentos cortos, obritas de teatro -nada publicable pero todo muy aprovechable como aprendizaje). Al terminar la licenciatura en filosofía una de las primeras cosas que me dispuse a hacer, con arrogancia de juventud, fue escribir una introducción a la filosofía para niños. Lo intenté con diversos enfoques, pero ninguno me convenció. Lo curioso, al mirar ahora algunos de esos primeros esfuerzos, es que todos eran también proyectos de literatura y que algunos de los elementos que han aparecido en este proyecto de Filosofía visual para niños de Wonder Ponder estaban ya en esos primeros intentos.
En los siguientes años, y gracias a diversas oportunidades de trabajar con niños en distintos contextos, fui probando diferentes enfoques de acercar la filosofía a niños también desde la práctica. Empecé a usar literatura sin pensarlo demasiado, simplemente me pareció natural esa conexión. Poco a poco, fui desarrollando un criterio de qué libros funcionaban mejor como detonante y enganche para el diálogo, y fui pensando también en los mecanismos que entraban en juego en distintas obras literarias que activaban la reflexión, la pregunta, el cuestionamiento. Comencé a leer también teoría y práctica de otras personas en todo el mundo que hacen filosofía con niños: el americano Matthew Lipman (el pionero en este campo, fundador y desarrollador de lo que se conoce como el Programa de Filosofía para Niños), el francés Óscar Brenifier, el argentino afincado en Brasil Walter Kohan, Karin Murris y Joanna Hayes, entre otros muchos y a “dialogar” con sus textos en mi propia práctica y reflexión.
Una de las cosas que siempre estuvieron presentes desde el inicio de esta trayectoria es la idea de Filosofía como juego: como juego de construcción pero antes que nada como juego de desestabilización.
Es este juego de desestabilización que provoca esa sensación de estar atrapados que mencionas. Si no sientes que una pregunta filosófica te atrapa es que no está bien formulada. ¡Todas hacen precisamente eso! Atrapan, no se las puede quitar una de encima con facilidad. Son persistentes como las moscas. Te dicen: “¡Eh, tú! ¡Sí, tú! Que aunque no lo creas esto va contigo también, no te creas que te vas a librar.”
El proyecto Wonder Ponder